quarta-feira, 1 de maio de 2013

La(s) máscara(s) que NO nos hace(n) falta


Él ya lo sabía, pero seguía intentando… aunque desde muy chico ya lo supiera, luchaba contra su propio destino.

Y así creció. El reloj tampoco paraba, mientras tanto el pequeño – ya no tan pequeño así – estaba aún más seguro de que la profecía se cambiaba en realidad. Sin embargo, había una trampa de las peores, que tenía que ver con una “solución” de corto plazo para su problema: él siempre tenía un plan B.

Un plan B que (siempre) era  más seguro, pero no arreglaba el tema desarrollado (pero no solucionado) en su plan A. De hecho, lo que pasaba era que, por otra parte, él (siempre) seguía con vitorias en sus planes alternativos, aunque aquél, sí, aquél plan A, sencillo, pero igual muy indispensable, quedaba aquí… allí… ¡allá!

… lejos de cambiar su realidad, él creía que no merecía tener esa experiencia. Si todavía no hubo la oportunidad, ¿por qué ahora tendría de haber? Bueno… uno podría decir que sí, que la hubo, pero tampoco ha resultado bien, así que no vale la pena seguir con eso.

A lo mejor el pobre chico se la merecía, tras tanto aguardarla. De todos modos, seguía su camino tortuoso, cambiando de planes, logrando sus objetivos, pero no se olvidaba de aquella herida que llevaba en su pecho. Estaba silenciosa, pero allí, con él, y crecía.

Igual, él creció. Vivió. Si cualquiera le preguntara si él era feliz, él decía que sí. Aunque “con  todo” lo que tenía al alcance de sus manos, nadie sabía el dolor que ese (des)afortunado tenía. No obstante, sabía que la gente le hacía daño sin tener en cuenta todo lo que él ya había vivido, todas sus frustraciones, sus planes... su plan A.  

Ese plan A es una meta laboral, un viaje, una relación seria, un(a)… un sueño cualquier. Ese hombre es Juan, María, Ana, Marta, Paulo… cualquiera. Si tú te lo ves en eso, esté tranquilo…. ¡Ojalá fuera solo tú! Estamos (casi siempre) todos en eso.

IThauan dos SantosI